domingo, 18 de julio de 2010

CUESTIONARIO SOBRE EL ORIGEN DEL PUEBLO GRIEGO

Filosofía

Cuestionario N°1.

Los orígenes del pueblo griego.

Para contestar este cuestionario, por favor lee previamente el apunte “Homero y los griegos”, primer capítulo de la obra de M. I. Finley, El mundo de Odiseo, Madrid, Fondo de cultura económica, 1991 [1954], publicado previamente en este blog.

 

  1. ¿Cuándo llegaron los griegos a la península que hoy llamamos “Grecia”? ¿De dónde provenían, y cuántos eran aproximadamente?
  2. ¿Por qué la llegada de los griegos no constituyó un hecho histórico, según Finley?
  3. ¿Qué pueblos se unieron para formar el pueblo aqueo, según narra Homero en la Odisea?
  4. Los griegos tardaron más de mil años en tener un nombre, y actualmente tienen dos, aunque en la antigüedad llegaron a ser tres. Explica cuáles fueron estos tres nombres, y cómo se formaron.
  5. ¿El griego era una lengua homogénea? ¿Todos los hablantes de “griego” podían comunicarse entre sí?
  6. ¿Por qué dice Finley que la adopción del alfabeto fenicio fue racional y deliberada? ¿Cuándo sucedió esto?
  7. ¿Por qué debió entablar la literatura antigua escrita en griego una lucha difícil para sobrevivir? Justificá tu respuesta.
  8. Explica cuánto se perdió en le proceso de transmisión de las obras griegas, dando alguna información cuantitativa.
  9. ¿Por qué dice Finley que en la lucha por la supervivencia Homero no tuvo rival?
  10. ¿Por qué se oponía Platón a que los griegos cultos conocieran de memoria a Homero? (Atención: recordá bien tu respuesta, va a ser importante después)
  11. Los mitos, ¿eran cuentos alegóricos? ¿Eran oídos como parábolas?
  12. ¿Alguna vez constituyeron los pueblos griegos una sola nación? Justificá tu respuesta.
  13. ¿Qué efecto tenía sobre los mitos la fragmentación política griega? ¿Por qué?
  14. ¿Por qué no puede existir una sociedad humana sin mitos, según Finley?
  15. ¿En qué consiste la enorme distancia que separa a Homero de Sócrates?

LA MITTOLOGIA GRIEGA, SUS VARIANTES

Un mundo de este tipo no podía producir una mi­tología nacional coherente y unificada. En los primeros siglos, cuando la creación de mitos era un proceso activo en su etapa más vital, necesariamente sufrían los mitos constantes alteraciones. Cada nueva tribu, cada nueva comunidad, cada cambio en las relaciones de poder dentro de la élite aristocrática, significaba algún cambio en las genealogías de los héroes, en la amplitud de los feudos de las familias antiguas, en las delicadas relaciones entre hombres y dioses. Obviamente, la nue­va versión resultante en un área no coincidía con las decenas de nuevas o viejas-versiones existentes en otras regiones; ni se intentaba unificarlas. Los narradores de mitos y sus auditorios no eran eruditos; tomaban parte en sus propias actividades sociales y no se preocupa­ban en lo absoluto de los mitos de otros. Era un mundo enteramente distinto el que existía cuando un historia­dor como Herodoto emprendió el estudio de la mitolo­gía comparada. Fue necesario manipular las narraciones tradicionales: manipularlas y no desecharlas. Fueron confrontadas para determinar su consistencia interna, corregidas y ampliadas con el conocimiento adquirido de los registros y tradiciones mucho más antiguos de otros pueblos (egipcios y babilonios en particular) y racionalizadas siempre que fue posible. Purificadas de esta manera, podían conservarse aquellas narraciones tradicionales como historia, si no como algo más.

No se ha conocido nunca una sociedad humana sin mitos, y ciertamente es dudoso que una sociedad tal sea posible. Una medida del progreso del hombre des­de sus orígenes más primitivos hasta lo que nosotros llamamos civilización es la manera en que domina sus mitos, su habilidad para distinguir entre las zonas de comportamiento, la extensión en que somete cada vez más su actividad al gobierno de la razón. En este pro­greso los griegos fueron extraordinarios. Acaso su más grande conquista sea su descubrimiento (más exacta­mente el descubrimiento de Sócrates) de que el hom­bre es "aquel ser que, si se le hace una pregunta racional, puede dar una respuesta racional." 8 Homero se hallaba tan lejos de Sócrates que ni siquiera concibió al hombre como un conjunto psíquico integrado. No obstante, Homero representa la primera etapa en la his­toria del dominio griego sobre sus mitos; sus poemas son frecuentemente pregriegos, por así decirlo, en su tratamiento del mito; pero hay también en ellos llama­radas de algo más, de un genio ordenador del mundo, que logra armonizar al hombre y a la naturaleza, a los hombres y a los dioses, en tal forma que los siglos su­cesivos pudieron extender y elevar esta armonía hasta lograr la gloria del helenismo.

Si es cierto que la historia europea comenzó con los griegos, es igualmente cierto que la historia griega co­menzó con el mundo de Odiseo. Y, como todos los comienzos humanos, tuvo tras de sí una larga historia. Pues la historia, como hizo notar Jacob Burckhardt, es el campo de estudio en que no se puede empezar con el principio.

8 Cassirer, Antropología filosófica, p. 21 (la redacción es suya, no de Sócrates).

Todos los textos anteriores fueron tomados de:

El mundo de Odiseo, M I Finley, Fondo de Cultura Económica, Cap. I

ACTITUD FRENTE AL MITO

El tema esencial del mito era la acción; no las ideas, los credos o las repre­sentaciones simbólicas, sino acontecimientos, ocurren­cias: guerras, inundaciones, aventuras por tierra, mar y aire, luchas familiares, nacimientos, casamientos y muertes. Cuando los individuos escuchaban a los na­rradores durante los ritos, los juegos ceremoniales u otras ocasiones sociales, vivían a través de una expe­riencia ajena. Creían implícitamente al narrador. En la imaginación mítica "va incluido, siempre, un acto de creencia. Sin la creencia en la realidad de su obje­to, el mito perdería su base." 6

Eso puede ser verdad para los salvajes, se puede objetar en este punto; pero los griegos no eran salva­jes. Eran demasiado civilizados para creer que fue el dios Poseidón quien corporalmente impidió que Odi-seo llegara a su hogar en ítaca, o que Zeus empreñó a Leda disfrazado de cisne, o que había hechiceras como Circe con poder de transformar a los hombres en cerdos. No eran sino cuentos simbólicos, alegorías, parábolas, quizás reflejos de ensueños del inconscien­te, que trasmitían complicados análisis y visiones inte­riores éticos y psicológicos.

Nada podía ser más erróneo. Siempre que puede estudiar "el mito que aún está vivo" y no "momifica­do", no "guardado en un relicario en el repositorio indestructible pero sin vida de las religiones muertas", el antropólogo descubre que el mito "no tiene la natu­raleza de la ficción... sino que es una realidad viva, de

6 Ernst Cassirer, Antropología filosófica (Fondo de Cul­tura Económica, 1963), p. 117.

la que se cree que sucedió alguna vez".7 Los griegos de Homero no fueron hombres primitivos como los ha­bitantes de Trobriand, descritos por Malinowski; vivían en lo que se llama con frecuencia, convencionalmente, una sociedad arcaica. Y los griegos de los siglos poste­riores fueron un pueblo notablemente civilizado. No obstante, la amargura de Jenófanes en el siglo vi a. c. y la de Platón en el rv, prueba que respecto al mito muchos de sus conciudadanos compartían el punto de vista de los trobriandos, o que por lo menos estaban más cerca de éste que del punto de vista simbólico. Platón mismo no tenía dudas acerca de la veracidad de la historia en Homero; era la filosofía y la mora­lidad lo que él rechazaba, los conceptos de justicia y de los dioses, del bien.y del mal; no la leyenda de Troya.

No debemos subestimar la proeza intelectual que fue para las generaciones posteriores el desenredar las hebras de las leyendas homéricas para crear de nuevo la guerra de Troya sin las flechas de Apolo o la Odisea sin el aliento de Poseidón produciendo galernas. Pocos griegos llegaron a rechazar francamente el mito tradi­cional como lo hizo Jenófanes. Entre ese extremo y la aceptación primitiva en toda su plenitud había mu­chos puntos intermedios, y en cada uno de ellos hay una determinada cantidad de griegos. A fines del siglo v a. c, el historiador Herodoto dijo (2.45): "Los hele­nos cuentan muchas cosas sin el debido examen; entre ellas está el necio mito que Tefieren sobre Héracles." Ese mito describe cómo Héracles (más conocido ac­tualmente en la forma latina, Hércules) fue a Egip­to, estuvo a punto de ser sacrificado a Zeus, y en el momento último derribó a todos sus captores. Qué necedad es esto, dice Herodoto, cuando un estudio de

7 B. Malinowsld, "Myth in Primitive Psychology", re­producido en su obra Magic, Science and Religión and Other Essays (Nueva York: Anchor Books, 1954), pp. 100-101.


las costumbres egipcias revela que los sacrificios hu­manos eran imposibles entre los egipcios. Pero a He­rodoto no se le hizo difícil creer que Héracles existió de hecho en el pasado. En realidad" pensaba que hubo dos. Herodoto fue un hombre que viajó mucho y en­tre sus descubrimientos halló mitos y cultos de Héra­cles, o fenómenos paralelos, en todas partes: en el Tiro fenicio y en Egipto tanto como entre los helenos. Tra­tó de encontrar la verdad en la fábula y de reconciliar las contradicciones y las discrepancias. Una de sus con­clusiones fue que el nombre de Héracles era de origen egipcio (por lo cual, más tarde, Plutarco lo acusó de "amante de los bárbaros") y que había de hecho dos figuras de ese nombre: un dios y un héroe.

¿Qué otra cosa pudo haber hecho Herodoto? La tradición acumulada, durante siglos, de mitos y leyen­das sagrados y profanos, era todo lo que había en el camino de la historia griega primitiva. Ciertos datos obviamente se contradecían a sí mismos desde el co­mienzo. En cierto aspecto, los antiguos griegos fueron siempre un pueblo dividido en su organización políti­ca. En tiempos de Herodoto, y durante muchos años antes, había colonias griegas no solamente en toda el área de la Hélade moderna, sino asimismo a lo largo de las costas del Mar Negro, en lo que ahora es Tur­quía, en la Italia meridional y Sicilia oriental, en las costas del norte de África y en el litoral de la Francia meridional. Dentro de esta elipse, de unos dos mil cuatrocientos kilómetros de extremo a extremo, había cientos y cientos de comunidades, con frecuencia dife­rentes en su estructura política y tenaces siempre en destacar sus soberanías separadas. Nunca en el antiguo mundo fue aquello una nación, un simple territorio nacional bajo un gobierno soberano, llamado Grecia (o cualquier sinónimo de Grecia).

LOS GRIEGOS Y HOMERO

Si un griego poseía libros (esto es, rollos de papiro), era casi tan seguro que poseía la litada y la Odisea como algo del resto de la literatura griega. Más aún, si era cultivado, un griego debía co­nocer de memoria largas tiradas de los dos poemas. El conservador dirigente ateniense del siglo v a. c, Ni-cias, en su afán de educarlo como un auténtico caba­llero, llegó a obligar a su hijo a aprendérselas comple­tas de memoria (Jenofonte, Symposium 3.5).

Hubo pensadores entre los griegos que dudaban de que aquello fuera bueno o deseable. A los que llama­ban a Homero instructor de la HéLade, Platón (La república, 607 A) les replicaba Sí, él es "el más gran­de de los poetas y el primero de los trágicos", pero una sociedad más justa desterraría toda poesía con la sola excepción de "los himnos en honor de los dioses y los elogios de los grandes hombres". Dos siglos an­tes, el filósofo Jenófanes había protestado porque "Ho­mero y Hesíodo atribuyeron a los dioses todo lo que entre humanos era reprensible y sin decoro...: robos, adulterios y el recíproco engaño". Mucho antes que Platón, reconoció la tremenda influencia de Homero sobre los griegos y pensaba que el efecto era totalmen­te malo.

Homero, esencial es recordarlo, no era exclusivamen­te poeta; era un narrador de mitos y leyendas. Desde luego, el proceso de la formación de mitos había comenzado entre los griegos muchos siglos antes; y progresó continuamente dondequiera que hubiese grie­gos, siempre por la palabra hablada y ceremonialmen­te. Era una actividad del más alto nivel social (y hu­mano), no solamente el casual ensueño de un poeta o de un campesino imaginativo.

La lucha dura de la palabra escrita por la supervivencia

Pero lo que ellos escribieron y lo que aún se conserva son cosas sumamente desproporcionadas en su volumen. La literatura antigua, entendida con tal amplitud que comprendía ciencia, filosofía y análisis social, así como bellas letras, tuvo que sostener una

grave lucha para sobrevivir. Las obras de Homero, Pla­tón y Euclides fueron escritas a mano sobre rollos, or­dinariamente hechos de papiro. De los originales se hacían copias, siempre a mano, sobre papiro, o más tarde en pergamino (vitela). Ninguno de estos mate­riales es perdurable. Lo que sobrevivió fue, aparte de algunas excepciones accidentales, lo que se juzgó digno de ser copiado y vuelto a copiar durante centenares de años de la historia- griega y después, durante los siglos de la historia bizantina, en los cuales los valores y las modas cambiaron más de una vez, con frecuencia ra­dicalmente.

Lo poco que ha llegado a nosotros a través de este proceso de criba se muestra fácilmente. Se conocen los nombres de unos 150 autores de tragedias griegos; mas, aparte de raros fragmentos citados por autores o antólo-gos griegos o romanos de época posterior, se conservan únicamente las obras de tres atenienses del siglo v a. c. Pero esto no es todo. Esquilo escribió 82 obras tea­trales, y tenemos sólo 7; Sófocles, según se dice, escri­bió 123, de las cuales existen todavía 7; y podemos leer 18 o 19 de las 92 de Eurípides. Además, lo que leemos, si es un original griego, es un texto laboriosa­mente colacionado de manuscritos medievales, gene­ralmente de los siglos xrv y xv de nuestra era, producto final de un número desconocido de sucesivas copias, y por consiguiente de transcripción posiblemente de­formada.

Solamente en Egipto fue posible que duraran inde­finidamente los textos escritos en papiros, gracias a la deshidratación natural proporcionada por jas peculiares condiciones climáticas. Egipto cayó bajo el dominio griego durante el imperio de Alejandro Magno, a partir del cual muchos griegos emigraron hacia el Nilo. Desde el siglo nr a. c. hasta la conquista de los árabes mil años más tarde, el griego fue el lenguaje culto en Egip­to, y muchos de los papiros hallados contienen frag­mentos literarios que son mucho más antiguos que los de los manuscritos medievales. En algunos casos (las obras de los poetas líricos Alceo y Baquílides, algunas comedias de Menandro, los mimos de Heronda, el pe­queño libro de Aristóteles sobre la constitución ate­niense), los papiros han dado a luz nuevamente obras notables que estaban totalmente perdidas. Es, sin em­bargo, tan pequeño su número que permite subrayar el hecho de que el proceso de eliminación había tenido lugar mucho antes de los copistas monásticos de la cristiandad medieval. En la biblioteca establecida en Alejandría por los gobernantes griegos de Egipto en el siglo m a. c, la biblioteca más grande del mundo an­tiguo, sólo 74 o 78 de las 92 tragedias de Eurípides podían consultarse, hecho que revela una considerable pérdida en el espacio relativamente corto de dos siglos. Después, en Alejandría y en todas partes, los eruditos y bibliotecarios se defendieron del proceso de la falta de uso, conservando muchas obras por las cuales había decaído o muerto el interés general. Pero los primeros siglos de la era cristiana aquellos esfuerzos dejaron de realizarse y la desaparición de libros antiguos fue cada vez más rápida.

Los papiros de Egipto muestran también con toda claridad que, en la lucha por la supervivencia literaria, Homero no tuvo rival. De todos los restos y fragmen­tos de obras literarias hallados en Egipto que han sido publicados hasta 1963 hay un total de 1 596 libros de o sobre autores cuyos nombres son identíficables. Esta cifra representa ejemplares, no títulos separados. De los 1 596, cerca de la mitad eran copias de la litada o la Odisea, o comentarios sobre ellas. La litada supe­raba en número a la Odisea por cerca de tres a uno. El autor inmediato más "popular" era el orador Demós-tenes, con 83 papiros (incluidos también los comentarios), seguido de Eurípides con 77 y Hesíodo con 72. Platón estaba representado solamente por 42 papi­ros, Aristóteles por 8. Estas cifras se refieren sin duda a copias de libros hechas por los griegos en Egipto después de Alejandro; pero con toda seguridad indican que pueden considerarse como sumamente típicas del mundo griego en general. 

La lengua griega

(De El mundo de Odiseo, de Finley)

Sin embargo, un elemento fue notablemente esta­ble en todo tiempo. La lengua con la cual entraron los emigrantes en Grecia se clasifica como miembro de la numerosa familia indoeuropea, que comprende las antiguas lenguas de la India (sánscrito) y de Per­sia, el armenio, las lenguas eslavas, varias lenguas bálti­cas (por ejemplo, el lituano), el albanés, las lenguas itálicas, entre ellas el latín y sus descendientes moder­nos, el grupo celta, del cual el gaélico y el galés han conservado alguna vitalidad hasta nuestros días, las lenguas germánicas, y varias lenguas muertas, en un tiempo habladas en la región mediterránea, como el hitita (redescubierto actualmente), el frigio y el ilirio.

Durante mucho tiempo, hasta el año 300 a. c. apro­ximadamente, el griego era una lengua con varios dialectos. Pero las diferencias entre ellos eran princi­palmente cuestiones de pronunciación y deletreo, y con menor frecuencia de vocabulario y sintaxis. Eran con­siderables, pero no tan grandes como para hacer total­mente ininteligible a quien hablaba uno de los dialectos para quienes hablaban otro, quizás no más que en el ejemplo sumamente moderno de un napolitano que va a Venecia. Incluso el dialecto poético artificial de Homero, con su base eólica incrustada en una estruc­tura jónica y sus muchas palabras y formas forjadas por las exigencias de la métrica, aparentemente lo com­prendían bastante bien tanto los incultos como los ins­truidos en todo el mundo griego.

Cuándo comenzaron los griegos a escribir había sido siempre un secreto encerrado en las tablillas de Creta y de Micenas; las investigaciones más recientes sugie­ren que la fecha puede ser tan remota como el año 1500 a. c. El punto decisivo, sin embargo, vino con­siderablemente más tarde, cuando los griegos adopta­ron el llamado alfabeto fenicio. Con los signos vinieron los nombres fenicios para las letras, de tal modo que palabras semíticas (aleph, buey; bet, casa) se convir­tieron en sílabas sin sentido en griego: alfa, beta, y así sucesivamente. El proceso de -este préstamo no puede ser descrito o fechado ni siquiera aproximadamente: los testimonios van desde el año 1000 al 750 a. c. Lo úni­co cierto acerca de este proceso es su carácter racional y deliberado, pues quienquiera que fuese el responsable de ello hizo mucho más que sólo imitar. No se copió simplemente el sistema de caracteres fenicios; se mo­dificó radicalmente para adaptarlo a las necesidades de la lengua griega, que no tiene relación con la familia de las lenguas semíticas.

Poseedores de esta notable invención, los griegos podían ya registrar todo lo imaginable, desde el nom­bre del propietario grabado en una vasija de arcilla hasta un poema de la extensión de un libro, como la Iliada. -

EL ORIGEN DEL NOMBRE DEL PUEBLO GRIEGO

(Tomado de El mundo de Odiseo, de M. I. Finley)

Tardaron los griegos más de mil años en adquirir un nombre suyo propio: y actualmente tienen dos. En su propia lengua son helenos y su nación es la Hélade. Graeci es el nombre que les dieron los romanos y que adoptó más tarde toda Europa. Por otra parte, en la Antigüedad sus vecinos orientales usaban además un tercer nombre para llamarlos: jonios, los hijos de Javán del Antiguo Testamento. Y los tres son tardíos, por­que no encontramos ninguno de ellos aplicado genéri­camente en Homero. Él llamó a su pueblo argivos, dá­ñaos, y más frecuentemente aqueos.

La historia de esta nomenclatura es muy confusa. En Homero, Helas es tan sólo un distrito de la Tesalia meridional, Graia un sitio de Beoda junto al límite de Atenas. Después de Homero, Aquea y Argos sobre­vivieron pero fueron "degradados" a nombres de luga­res locales, en el sur de Grecia. Nadie sabe con certeza por qué Helas y Graia fueron "ascendidos", ni la razón de que los romanos adoptaran el último como nombre genérico (también conocido, aunque no muy común, en escritos griegos desde fines del siglo rv a. c). También resulta ocioso especular acerca de cuándo un nom­bre se volvió de uso común.3 Como en las tablillas de Lineal B no hay ninguna clave, para nosotros el prin­cipio está en la llíaáa, y la presencia en ella de un nombre común (o nombres) en un símbolo de que ya había comenzado la historia de Grecia propiamente dicha. Pero había más que un nombre, y también eso sirve de símbolo de la diversidad social y cultural que caracterizan a Helas tanto en su infancia como en toda su historia, por muy poco que pueda verse en los dos poemas homéricos.