domingo, 18 de julio de 2010

ACTITUD FRENTE AL MITO

El tema esencial del mito era la acción; no las ideas, los credos o las repre­sentaciones simbólicas, sino acontecimientos, ocurren­cias: guerras, inundaciones, aventuras por tierra, mar y aire, luchas familiares, nacimientos, casamientos y muertes. Cuando los individuos escuchaban a los na­rradores durante los ritos, los juegos ceremoniales u otras ocasiones sociales, vivían a través de una expe­riencia ajena. Creían implícitamente al narrador. En la imaginación mítica "va incluido, siempre, un acto de creencia. Sin la creencia en la realidad de su obje­to, el mito perdería su base." 6

Eso puede ser verdad para los salvajes, se puede objetar en este punto; pero los griegos no eran salva­jes. Eran demasiado civilizados para creer que fue el dios Poseidón quien corporalmente impidió que Odi-seo llegara a su hogar en ítaca, o que Zeus empreñó a Leda disfrazado de cisne, o que había hechiceras como Circe con poder de transformar a los hombres en cerdos. No eran sino cuentos simbólicos, alegorías, parábolas, quizás reflejos de ensueños del inconscien­te, que trasmitían complicados análisis y visiones inte­riores éticos y psicológicos.

Nada podía ser más erróneo. Siempre que puede estudiar "el mito que aún está vivo" y no "momifica­do", no "guardado en un relicario en el repositorio indestructible pero sin vida de las religiones muertas", el antropólogo descubre que el mito "no tiene la natu­raleza de la ficción... sino que es una realidad viva, de

6 Ernst Cassirer, Antropología filosófica (Fondo de Cul­tura Económica, 1963), p. 117.

la que se cree que sucedió alguna vez".7 Los griegos de Homero no fueron hombres primitivos como los ha­bitantes de Trobriand, descritos por Malinowski; vivían en lo que se llama con frecuencia, convencionalmente, una sociedad arcaica. Y los griegos de los siglos poste­riores fueron un pueblo notablemente civilizado. No obstante, la amargura de Jenófanes en el siglo vi a. c. y la de Platón en el rv, prueba que respecto al mito muchos de sus conciudadanos compartían el punto de vista de los trobriandos, o que por lo menos estaban más cerca de éste que del punto de vista simbólico. Platón mismo no tenía dudas acerca de la veracidad de la historia en Homero; era la filosofía y la mora­lidad lo que él rechazaba, los conceptos de justicia y de los dioses, del bien.y del mal; no la leyenda de Troya.

No debemos subestimar la proeza intelectual que fue para las generaciones posteriores el desenredar las hebras de las leyendas homéricas para crear de nuevo la guerra de Troya sin las flechas de Apolo o la Odisea sin el aliento de Poseidón produciendo galernas. Pocos griegos llegaron a rechazar francamente el mito tradi­cional como lo hizo Jenófanes. Entre ese extremo y la aceptación primitiva en toda su plenitud había mu­chos puntos intermedios, y en cada uno de ellos hay una determinada cantidad de griegos. A fines del siglo v a. c, el historiador Herodoto dijo (2.45): "Los hele­nos cuentan muchas cosas sin el debido examen; entre ellas está el necio mito que Tefieren sobre Héracles." Ese mito describe cómo Héracles (más conocido ac­tualmente en la forma latina, Hércules) fue a Egip­to, estuvo a punto de ser sacrificado a Zeus, y en el momento último derribó a todos sus captores. Qué necedad es esto, dice Herodoto, cuando un estudio de

7 B. Malinowsld, "Myth in Primitive Psychology", re­producido en su obra Magic, Science and Religión and Other Essays (Nueva York: Anchor Books, 1954), pp. 100-101.


las costumbres egipcias revela que los sacrificios hu­manos eran imposibles entre los egipcios. Pero a He­rodoto no se le hizo difícil creer que Héracles existió de hecho en el pasado. En realidad" pensaba que hubo dos. Herodoto fue un hombre que viajó mucho y en­tre sus descubrimientos halló mitos y cultos de Héra­cles, o fenómenos paralelos, en todas partes: en el Tiro fenicio y en Egipto tanto como entre los helenos. Tra­tó de encontrar la verdad en la fábula y de reconciliar las contradicciones y las discrepancias. Una de sus con­clusiones fue que el nombre de Héracles era de origen egipcio (por lo cual, más tarde, Plutarco lo acusó de "amante de los bárbaros") y que había de hecho dos figuras de ese nombre: un dios y un héroe.

¿Qué otra cosa pudo haber hecho Herodoto? La tradición acumulada, durante siglos, de mitos y leyen­das sagrados y profanos, era todo lo que había en el camino de la historia griega primitiva. Ciertos datos obviamente se contradecían a sí mismos desde el co­mienzo. En cierto aspecto, los antiguos griegos fueron siempre un pueblo dividido en su organización políti­ca. En tiempos de Herodoto, y durante muchos años antes, había colonias griegas no solamente en toda el área de la Hélade moderna, sino asimismo a lo largo de las costas del Mar Negro, en lo que ahora es Tur­quía, en la Italia meridional y Sicilia oriental, en las costas del norte de África y en el litoral de la Francia meridional. Dentro de esta elipse, de unos dos mil cuatrocientos kilómetros de extremo a extremo, había cientos y cientos de comunidades, con frecuencia dife­rentes en su estructura política y tenaces siempre en destacar sus soberanías separadas. Nunca en el antiguo mundo fue aquello una nación, un simple territorio nacional bajo un gobierno soberano, llamado Grecia (o cualquier sinónimo de Grecia).

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